Las señales del deterioro de nuestro país son inocultables. La inflación y la
inseguridad nos asfixian. La pobreza y la indigencia son el destino crónico de casi la
mitad de los argentinos y argentinas. La educación y el trabajo, en estado de crisis
permanente, ya no alcanzan para promover el ascenso social y la integración
comunitaria. La energía y la creatividad de la sociedad argentina se diluyen ante las
trabas de un Estado ineficiente y voraz. La brecha entre una dirigencia que se habla a
sí misma y una ciudadanía que quiere progresar, vivir segura y disfrutar de su
libertad, es cada vez más evidente y el horizonte está tomado por la decepción y la
desesperanza.
Reconstruir es el verbo que reclama este tiempo. Reconstruir nuestra casa, apuntalar
sus cimientos, recuperar los espacios comunes y los espacios privados, abrir las
ventanas para que el aire circule con libertad. Es una transformación profunda,
estructural, para que la casa, nuestra casa, vuelva a ser habitable.
Una vez más el presente nos convoca. Una vez más la historia pide nuestro
compromiso activo para frenar el desmoronamiento de la situación social y
económica. Miramos nuestra realidad con preocupación, pero también con
esperanza, porque confiamos en esa enorme fuerza cívica que late en el corazón de
las mayorías. Somos la expresión de esa fuerza y sabemos que juntos podemos
construir el país que nos merecemos